LA VISIÓN CALEIDOSCÓPICA DE LA MIRADA FEMENINA, SEGUNDA PARTE
Escrito por Heikan
El pasado 24 de febrero, un jurado de Nueva York declaró culpable a Harvey Weinstein por cargos de violación y acoso sexual. La semana pasada, el miércoles 11 de marzo, el productor de cine fue sentenciado a 23 años de prisión. Además, todavía deberá enfrentar próximamente otros cargos de la misma naturaleza en una corte de Los Ángeles.
Seguramente no tendremos que esperar mucho tiempo antes de que algún estudio decida adaptar a la pantalla grande la estrepitosa caída de uno de los productores más poderosos y emblemáticos del sistema hollywoodense. De hecho, el dramaturgo David Mamet ya estrenó en Londres una obra de teatro que narra, en aparente ficción, los últimos años de Weinstein (aunque las críticas dicen que es malísima).
Aun así será interesante conocer la manera en la que Hollywood diseccionará a uno de sus más importantes figuras, y cuando suceda tendremos que tener en consideración el tratamiento que las películas gringas suelen dar a los personajes turbios. Un ejemplo reciente lo tenemos en la película Escándalo (Bombshell, 2019) de Jay Roach, la cual cuenta una historia bastante similar: la serie de acusaciones de violación y acoso sexual que llevaron a la destitución de Roger Ailes, quien fungía como Presidente de la división de noticias de la cadena Fox.
Escándalo posee muy buenas interpretaciones por parte de todo el elenco y cuenta con unas secuencias muy poderosas. En particular destaco la escena en la que una conductora rechaza los avances de un colega que tiene una mejor posición dentro de la empresa, por la manera en la que evidencia cómo las dinámicas de poder juegan a favor de quienes realizan este tipo de conductas, así como los mecanismos de defensa empleados para tratar de “desactivar” este tipo de situaciones, a veces a expensas de la dignidad personal.
Sin embargo, hay ciertas decisiones en la puesta en escena que bien vale la pena poner en escrutinio bajo la premisa de esta serie de columnas: las diferencias entre la “mirada masculina” y la “mirada femenina”. Dos hombres fueron los encargados, tanto de la dirección como del guion de esta película: Jay Roach y Charles Randolph, respectivamente. Sin importar la trayectoria previa de ambos realizadores, me enfocaré en algunos detalles que, a mi parecer, evidencian la mirada masculina en esta historia.
Una de las escenas más importantes de la película es en la que Roger Ailes, interpretado por John Lithgow, haciendo uso de su autoridad le dice a una empleada nueva, interpretada por Margot Robbie, que se levante la falda para que pueda observarla. Debido al tema de la película, lo importante de esta escena debería de ser la visible incomodidad que expresa el personaje de Margot Robbie, no obstante, la cámara constantemente nos da el punto de vista de Roger, por lo que vemos lo que él ve. Esto podría considerarse como una provocación para la audiencia: otra vez ver a esta actriz como un objeto de deseo, pero confrontándonos ahora con su evidente disgusto. Pero esta provocación también queda corta por la manera inequívoca en la que es presentado Roger Ailes: como un hombre autoritario, retrógrada, malicioso y patético. Su personaje no está diseñado para generar identificación o empatía, por lo cual es fácil entrar en el juego del maniqueísmo y sencillamente decir: “es un hombre malo”.
Un año antes, la documentalista Jennifer Fox estrenó su primera película de ficción: El Cuento (The Tale, 2017), una cinta autobiográfica que explora sus propias experiencias de abuso sexual que vivió a los 13 años, así como los efectos que esto le produjo en el desarrollo de su vida personal, profesional y amorosa.
A continuación voy a analizar algunos elementos, tanto de la historia como de la puesta en escena de esta película. Honestamente no creo que los spoilers arruinen el goce de una cinta como ésta, pero si ustedes creen lo contrario, pues entonces aprovecharé para invitarlos a que vean esta película. El tema es incómodo, pero es una historia que merece la pena ser contada y el equipo creativo detrás de la cinta en verdad lo hace de una manera impresionante.
La historia arranca cuando la documentalista Jennifer Fox, interpretada por Laura Dern, recibe varios mensajes de su madre, quien está preocupada después de leer un cuento que Jennifer escribió cuando tenía 13 años. En el cuento, ella describe una relación amorosa que tuvo con un hombre mayor. La madre sospecha que el cuento está basado en una relación real que su hija habría sostenido con su entrenador de equitación, un hombre que, en la época en la que el cuento está escrito, habría tenido 40 años. Jennifer confirma las sospechas de su madre, pero le resta importancia a la situación porque, según sus recuerdos de esa experiencia, la relación siempre estuvo consensuada. El conflicto real de la película surge cuando Jennifer ve una foto de ella misma a esa edad.
En ese punto de inflexión de la película, la directora toma una fuerte decisión artística: hasta ese momento habíamos visto, durante los flashbacks, a una actriz adolescente interpretar a Jennifer a los 13 años. Esto es importante porque va de la mano con las elecciones de casting que normalmente toma Hollywood cuando el guion describe situaciones y escenarios subidos de tono, pero que involucran a niñas y jóvenes. Obviamente existen razones morales y legales que justifican esto, pero un efecto colateral de estas decisiones de casting es que la audiencia ha ido generando impresiones equivocadas o desacertadas acerca de la presencia de niñas en la pantalla. No es lo mismo ver a una joven de 15 años interpretar a alguien de 13 años. La misma Jennifer se da cuento de esto al ver su foto a los 13 y, en consecuencia durante el resto de la película, la actriz que la interpreta durante los flashbacks es sustituida por una niña de esa edad.
También es importante para la historia, y el tema que trata de analizar, la actitud que Jennifer de 13 años, interpretada por Isabelle Nélisse, constantemente trata de adoptar sobre su situación: ella no se ve a sí misma como una víctima. Varias veces se lo dice a sí misma, literalmente en escenas meta-textuales que comparte con su versión futura, y esto hace eco con la reacción inicial que Jennifer adoptó hacia su madre cuando le dice que leyó su cuento. “No fue nada. No abusó de mí. Lo hicimos por amor.” Ella genuinamente rechaza la victimización, pero después debe afrontar, no solo que el hombre utilizó su ingenuidad y espíritu de rebeldía para aprovecharse de ella, sino que también esa primera experiencia con la sexualidad llegó a moldear de una manera distorsionada su posterior vida amorosa.
Es en esta tensión entre el consenso y la dignidad que radica la verdadera fuerza de esta película. Tanto Jennifer como Bill, el hombre que abusa de ella, son descritos con matices que escapan al juicio simple. En esta parte quiero ser muy claro: el acto en sí es aborrecible y el perpetrador siempre debe pagar las consecuencias. Pero como sociedad tendemos a otorgar roles muy definidos a las partes involucradas en los casos de abuso sexual, por lo cual reaccionamos con agresividad cuando estas personas se salen de su rol.
Tan importante es saber que no todas las personas que han sufrido este tipo de situación se quieren considerar como víctimas, lo cual no niega su experiencia, como también lo es saber que los perpetradores de estos crímenes no siempre son los monstruos que nuestro deseo de contexto narrativo quiere que sean. Muchas veces, sus acciones son el resultado de una construcción cultural que confunde al hostigamiento con seducción, a la obsesión y el acoso con el romance y que, en última instancia, convierte a la violación en la satisfacción instantánea de una serie de impulsos naturales y objetivos sociales que anteponen e ignoran completamente la existencia de una vida interior dentro del cuerpo ultrajado.
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