¿QUÉ PREMIA LA ACADEMIA?

¿QUÉ PREMIA LA ACADEMIA?

Escrito por Heikan

El 28 de marzo de 1977 se llevó a cabo la entrega número 49 de los Premios de la Academia. Esa noche, entre las cintas nominadas a Mejor Película se encontraban Todos los hombres del Presidente (All the President’s Men, 1976), Taxi Driver (1976) y Poder que mata (Network, 1976). Cada una de estas películas contaba historias que, para bien o para mal, eran sumamente representativas de los tiempos que acontecían en Estados Unidos en los setentas. Y tal vez por el mismo hecho de que estos filmes reflejaban una visión poco favorecedora de este país, la Academia decidió darle el Óscar a una película con una narrativa más complaciente y satisfactoria sobre un boxeador italoamericano de Filadelfia.

Por otro lado, el 26 de febrero de 2017, durante la ceremonia número 89 de los Premios de la Academia, un error honesto se convirtió en tendencia global cuando los presentadores de la categoría a Mejor Película le otorgaron erróneamente el premio a La La Land (2016) cuando en realidad, como se supo momentos después, el Óscar era para Luz de Luna (Moonlight, 2016). La confusión y la sorpresa eran genuinas, puesto que la cinta de Damien Chazelle era la apuesta más segura por tratarse de un producto complaciente y nostálgico hacia el viejo Hollywood, aspectos que la Academia regularmente reconoce en sus ceremonias. En cambio, Luz de Luna ofrecía una propuesta diametralmente diferente en casi todos sus aspectos, con una exploración a temáticas de vulnerabilidad social, económica, racial y sexual, y con una puesta en escena decidida a resaltar y enaltecer dichas vulnerabilidades.

Existen muchas razones para desestimar los Premios de la Academia. La transmisión televisiva es un desfile de momentos incómodos, risas forzadas y posturas que sólo llaman a la disonancia cognitiva. Nada de ese evento se siente genuino o espontáneo. Si la principal característica de Hollywood es su artificialidad, los Óscares representan la consagración de esta industria. Y a todo esto, ni siquiera he mencionado la metodología que siguen los miembros de la Academia para votar por los ganadores, lo cual en sí mismo es un proceso bastante insultante para el quehacer fílmico, en lo que se refiere a categorías técnicas. De ahí en más, solo basta saber que los Óscares nos dan una clara idea de qué películas les gustan a los que hacen las películas.

Sin embargo, existe un valor didáctico en conocer los resultados de la ceremonia. La premiación ofrece un diagnóstico de la industria fílmica: conocer los avances en tecnología y tendencias en el lenguaje cinematográfico actual. Y, aunque esto se deba en gran medida a sus omisiones, nos otorga un barómetro de la agenda pública: de qué habla (o no) la gente.

Existen momentos en los que la Academia logra medir el pulso correcto de su momento histórico. En medio de la lucha por los derechos civiles, el Óscar a Mejor Película en 1967 fue para En el calor de la noche (In the Heat of the Night, 1967), cinta cargada de tensión racial. Dos años después, en los albores del Nuevo Hollywood, la Academia le dio por primera vez su máximo galardón a una película clasificada exclusivamente para adultos: Vaquero de Medianoche (Midnight Cowboy, 1969). Incluso, retomando la ceremonia de 1977 en la que ganó Rocky (1976), esa victoria de una historia sencilla sobre la lucha de los poco privilegiados contra los poderosos podría verse como preámbulo del fenómeno global que provocaría, dos meses después, una película de fantasía espacial sobre una guerra en las estrellas.

Pero son muchos más los momentos de cobardía de la Academia y, adecuadamente, suelen ser más recordados que las películas que se llevaron los premios. La ceremonia de 1989 es infame por la omisión de Haz lo Correcto (Do the Right Thing, 1988). De la ganadora de 1998, Shakespeare Enamorado (Shakespeare in Love, 1998), su legado más perdurable son las campañas de publicidad que inflan a películas mediocres para que sean consideradas por los miembros de la Academia. ¿Y qué decir de los Óscares del 2006? Secreto en la Montaña (Brokeback Mountain, 2006) crece cada año, conforme la gente deja de verla como aquella cinta con vaqueros homosexuales, mientras que Crash (2006) parece estar relegada al olvido, como debe ser. Y aunque solo ha pasado un año, parece que le depara el mismo fatídico destino a Green Book (2018).

Estos ejemplos sirven para recordar que, al final, la perspectiva histórica siempre es la última en juzgar. El principal mérito intrínseco de los premios Óscar es su valor mercadotécnico para las cintas ganadoras, y esto es cierto en cualquier certamen que busca crear una escala de valores para medir de manera objetiva y tangible un amplio universo de obras de arte. Es un ejercicio absurdo que sólo funciona para demostrarse a sí mismo.

Y sobre este “amplio universo”, en el caso de los Óscares, bien vale la pena recordar las recientes palabras del director de Parásitos (2019) Bong Joon-ho, quien calificó a dicha ceremonia como un festival de cine local. Retomando el punto del párrafo anterior, se trata del evento anual de una industria en el que, durante tres horas, esta industria se aplaude a sí misma y reitera una y otra vez su propia relevancia.

Es, además, frustrante que, dentro de esta misma industria fílmica, el rango de géneros oscareables sea siempre tan limitado. Las películas de comedia siempre tienden a ser ignoradas por la Academia. Son muy raros los casos de cintas que pertenezcan al género de terror y sean parte de la ceremonia, ya no digamos que ganen algún premio. Una sorpresa reciente fue el Óscar a Mejor Guión Original que recibió Jordan Peele por Huye (Get Out, 2017), pero, para poner en perspectiva, la última vez que una cinta con tintes de horror ganó a Mejor Película fue El Silencio de los Inocentes (The Silence of the Lambs, 1991). De ciencia ficción, ni hablar.

Debo reiterar: existen ciertas cualidades positivas en la ceremonia, aunque éstas no sean las que la Academia busca ensalzar. Vista con perspectiva crítica y mucha ironía, puede ser un evento sumamente entretenido y si no, por lo menos, nos sirve para contextualizar los memes de la semana.

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